Cataluña también fue musulmana


Dolors Bramon, profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos publica en su libro: "De quan érem o no musulmans",
editado por  el Institut d'Estudis Catalans, los resultados de un análisis de 494 textos de autores musulmanes datados entre el 713 y el 1010, en el que demuestra los orígenes musulmanes de Cataluña.

”Nuestros antepasados, con un gran tanto por ciento de probabilidades, eran andalusíes, o dicho de manera vulgar eran 'moros'; una palabra que no tenía connotación despectiva. Eran tan æmoros' como los del Ebro para abajo. Y en Cataluña se tiene tendencia a olvidarlo." Dolors Bramon (Banyoles, 1943), profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos está convencida de ello después de haber analizado para su doctorado en Historia 494 textos de autores musulmanes datados entre el 713 y el 1010. Su investigación acaba de publicarse en forma de libro: "De quan érem o no musulmans".

"Tan andalusí fue Barcelona como Tortosa; Tortosa como Córdoba, y Lleida como Granada. Simplemente -matiza Bramon- unas lo fueron más años y otras, menos." Barcelona, hasta el 801, Girona hasta el 878, Tortosa hasta el 1148 y Lleida hasta el 1149. El concepto andalusí es religioso; no tiene por qué pensarse que la sangre era del otro lado del Estrecho. Podían ser antiguos iberoceltas o hispanorromanos o visigodos que luego se convirtieron al Islam. De ahí el título del libro publicado por el Institut d'Estudis Catalans, del que Dolors Bramon es miembro. En el territorio que actualmente es Cataluña unos eran musulmanes y otros, no.

Bramon está convencida, aunque no pueda demostrarlo, de que durante una época la mayoría de la población catalana era musulmana. "Y esto quizá será un revulsivo, pero lo he escrito porque creo que es cierto y que no está mal que alguien lo recuerde de vez en cuando, sobre todo ahora que se habla de convivencia y de los que vienen del Sur."

La influencia musulmana se prolongó durante siglos: en el vestido, en la gastronomía, en el sistema de construcción y en el léxico. Hubo un inconveniente para que esa herencia siguiera visible: la Inquisición. "La Inquisición tenía olfato", apunta Bramon, y se perdió la cocina con especias. No hay más que mirar un recetario medieval -el "Libre de Sent Soví" o el "Libre del coch"- para ver que los platos que parecen genuinos de la actual Cataluña están llenos de especias. Queda, a pesar de todo, la mezcla de dulce y salado, como el pollo relleno de ciruelas pasas y almendras. En textos sobre Valencia y Toledo se explica que, mientras cocinaban, quemaban lana de colchón y raspas de sardina, respectivamente, para camuflar el olor de las especias y evitar ser denunciados por los vecinos.

La huella del islam puede rastrearse en expresiones como "fer dissabte", acuñada por los conversos para remarcar sus diferencias con judíos y musulmanes. En castellano también existe la expresión "hacer sábado", recogida en el diccionario de la RAE, pero está en desuso, salvo en lugares como La Mancha. "Fer dissabte' equivale a decir que una familia limpia y ordena su casa la víspera del día festivo del cristianismo. Y dice claramente que no es judía puesto que ensabbat tiene prohibido trabajar, y dice que no es musulmana porque un musulmán tiene como celebración semanal el viernes y no se le ocurrirá adecentar su casa y mudarse de ropa al día siguiente."

Bramon, que con su trabajo continúa la obra de Josep Maria Millàs, que en 1922 publicó "Textos d'historiadors musulmans referents a la Catalunya Carolíngia", tiene un "yihad" particular: extender el uso de una terminología rigurosa y desterrar errores lingüísticos e históricos. Para empezar, "yihad" no quiere decir guerra santa sino "un esfuerzo para mejorar uno mismo y, después, la comunidad del Islam; y para ampliarla, si fuera preciso".

España musulmana, arábigo-andaluz o hispano-árabe son términos incorrectos que han ido perpetuándose. Cuando en la península Ibérica y Baleares había musulmanes España no existía; era Al Andalus y todo lo referente a ello es andalusí.

Más errores: la supuesta primera embajada de mensajeros de los condes catalanes a Córdoba se fecha hacia el 950. Llegan a Medina Azahara y topan con un elegante personaje, sentado en una especie de trono, al que toman por el califa, pero él les advierte que no es sino su más humilde servidor. Encuentran, por fin, a un hombre harapiento, sentado, con un Corán delante, una espada y un fuego encendido. Les dice que es el califa y les invita primero a que abracen el Islam, a que se conviertan, porque si no lo hacen les combatirán con la espada o se quemarán eternamente en ese fuego. Esta leyenda de la literatura árabe es, en realidad, una narración atribuida al imperio sasánida sobre una embajada bizantina. Dar por cierta esta leyenda distorsiona las fechas de acontecimientos posteriores.

Bramon dice que "la tolerancia era mayor en territorio andalusí que en territorio cristiano". Pasar de la tolerancia a la convivencia debía de ser más difícil, dadas las restricciones alimenticias de judíos y musulmanes... salvo que se saltasen las normas sin más problemas. Si un gentil puede volver impura la comida del judío por el mero hecho de compartir la mesa con él, si un musulmán no puede comer en casa de un cristiano si coincide que ese día hay carne de cerdo, ¿cuán estrecha podía ser la relación entre ellos, que tenía cada uno su propio barrio? La documentación que se ha conservado se preocupa poco de lo que comían las clases bajas, que tenían más problemas en encontrar qué llevarse a la boca que en seleccionarlo según preceptos religiosos. Se da noticia de lo que comían quienes estaban en el poder y se puede asegurar que no se distinguían por un estricto cumplimiento de las reglas del Islam, salvo en lo tocante al cerdo. "El vino, en cambio -dice Bramon- corría a raudales, con generosidad, por los palacios andalusíes."

Bramon ha resuelto en su investigación numerosos errores de toponimia que han dado pie a disparates geográficos para describir imposibles rutas de incursiones bélicas. Como confundir Cartagena con Qartayana, que hoy se llama Solano de Cartagena en la provincia de Huesca. Pasar de Matranya a Matarraña no presenta, para los legos, mayor dificultad, pero a ningún historiador se le había ocurrido. Matranya en árabe significa arzobispado. El río Matarraña fue el límite entre el arzobispado de Zaragoza y el de Tarragona en época visigoda y después, cuando se recuperaron las diócesis con la conquista cristiana. A nadie se le ocurrió que un topónimo andalusí hiciera referencia a la palabra arzobispado.